He visto EL SABOR DE LAS CEREZAS. Recordaba el título, y que en su día, cuando fue premiada en CANNES (1997), me quedé con ganas de verla. Me ofrecieron una copia, y me lancé.
Menudo bloque de película, qué desilusión. Quizá no la vi en mi mejor momento, pero me aburrió soberanamente y no me interesó lo más mínimo. Durante las primeras imágenes sigues con atención lo poco que pasa, pero cuando las situaciones se empieza a repetir durante minutos y minutos, te vas desanimado. La ambigüedad que consigue el director mientras el protagonista se dedica a la búsqueda de un hombre (no sabes para qué lo quiere, pero supones que para nada bueno) resulta rarita; los planos constantemente marrones-terrosos de la cantera, feos; las situaciones, forzadas. Aguantas hasta el final esperando un golpe maestro, algo que justifique la PALMA DE ORO, pero nunca llega; es más, lo que llega no tiene interés ni sentido. Y el mensaje que transmite, el que se asocia al sabor de las cerezas, una simplonada. Pienso que hay discursos cinematográficos sobre el suicidio mucho más sólidos y mejor contados; y, además, entretenidos: ¿por qué parece que el cine con ideas tiene que ser cine aburrido?
Al devolver el disco y comentar mi opinión, recibí todo tipo de arremetidas furibundas: “te falta sensibilidad, no la has sabido entender...” Puede que me pase todo eso, porque las críticas que he leído ponen la película por las nubes. De todas maneras, siempre pienso que cuando hay que acudir a ataques personales para justificar algo, el asunto es sospechoso. Esperemos, en cualquier caso, que no todo el cine iraní sea como esta película.
Menudo bloque de película, qué desilusión. Quizá no la vi en mi mejor momento, pero me aburrió soberanamente y no me interesó lo más mínimo. Durante las primeras imágenes sigues con atención lo poco que pasa, pero cuando las situaciones se empieza a repetir durante minutos y minutos, te vas desanimado. La ambigüedad que consigue el director mientras el protagonista se dedica a la búsqueda de un hombre (no sabes para qué lo quiere, pero supones que para nada bueno) resulta rarita; los planos constantemente marrones-terrosos de la cantera, feos; las situaciones, forzadas. Aguantas hasta el final esperando un golpe maestro, algo que justifique la PALMA DE ORO, pero nunca llega; es más, lo que llega no tiene interés ni sentido. Y el mensaje que transmite, el que se asocia al sabor de las cerezas, una simplonada. Pienso que hay discursos cinematográficos sobre el suicidio mucho más sólidos y mejor contados; y, además, entretenidos: ¿por qué parece que el cine con ideas tiene que ser cine aburrido?
Al devolver el disco y comentar mi opinión, recibí todo tipo de arremetidas furibundas: “te falta sensibilidad, no la has sabido entender...” Puede que me pase todo eso, porque las críticas que he leído ponen la película por las nubes. De todas maneras, siempre pienso que cuando hay que acudir a ataques personales para justificar algo, el asunto es sospechoso. Esperemos, en cualquier caso, que no todo el cine iraní sea como esta película.
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