jueves, 31 de enero de 2013

LA MEJOR ARQUITECTURA MADRILEÑA DEL SIGLO XX: LA CASA DE LAS FLORES, de SECUNDINO ZUAZO UGALDE, ARQUITECTO.



Aprovechando las cabeceras de selecciónARTE de 2013 pretendo dedicar una serie de entradas a LA MEJOR ARQUITECTURA MADRILEÑA DEL SIGLO XX, y para eso he seleccionado 12 edificios. Lógicamente, la lista es opinable: seguramente algunos elegiríais edificios y arquitectos distintos … No pasa nada: será una buena ocasión para comentar las opiniones de unos y otros y, si conseguimos llegar a diciembre, hacer entre todos una lista más afinada. Como se trata de obras sobradamente conocidas, de las que hay abundante material escrito, me limitaré a hacer brevísimas explicaciones de cada una. Por orden cronológico, el primer edificio que propongo es la CASA DE LAS FLORES, de SECUNDINO ZUAZO UGALDE.



Construida entre 1930 y 1932, la CASA DE LAS FLORES supone la intervención en una gran manzana del ensanche de ARGÜELLES con un planteamiento unitario, no fragmentada en distintos proyectos correspondientes a distintas propiedades.


El proyecto de ZUAZO está formado por dos largas piezas paralelas, separadas por un jardín. Cada una de esas piezas se compone a su vez de dos crujías con amplios patios interiores, que los núcleos de comunicación vertical van separando. Con esta estructura, ZUAZO busca luz abundante y la mejor ventilación de las viviendas, preocupaciones –y planteamiento general- muy del momento (recuérdense, por ejemplo, los HOF vieneses de los que hemos hablado hace poco). Además, en cada vivienda estudia la distribución para optimizar la superficie y evitar los largos pasillo que eran habituales en la época.


Al exterior, la CASA DE LAS FLORES resulta un conjunto rotundo, pero no monótono (otra vez los HOF). Está acabado fundamentalmente con ladrillo (en algunos puntos se apareja de forma muy plástica, recordándonos en esta ocasión -de alguna manera- al expresionismo de la escuela de AMSTERDAM), que se combina con superficies enfoscadas. Especial interés tienen las dos esquinas de la calle Rodríguez San Pedro, con su retranqueo, sus terrazas, y sus arcos parabólicos de planta baja (que fueron soportales y hoy, cerrados, se han convertido en locales comerciales).


CASA DE LAS FLORES. Calle de Hilarión Eslava c/v calle de Rodríguez San Pedro c/v calle de Gaztambide c/v calle de Meléndez Valdés.

domingo, 27 de enero de 2013

UNA VACANTE IMPREVISTA, de J. K. ROWLING

Esto, más que una entrada, es un aviso. Un favor que muchos agradecerán y a alguno le sentará a cuerno quemado.

Normalmente no hablo en selecciónARTE de lo que no me ha gustado, tampoco de mis lecturas fallidas: todos nos equivocamos de vez en cuando al escoger un libro, y todos tenemos nuestros gustos, así que no hay porque señalar con el dedo a nadie cuando algo no sale como esperábamos. El fallo puede estar en el lector y no en el libro. Pero, sinceramente, pienso que UNA VACANTE IMPREVISTA (THE CASUAL VACANCY, 2012) no es caso. Yo he caído en la trampa, y no es necesario que caiga nadie más: la novela-para-adultos de J. K. ROWLING no vale un pimiento. Y no es, ni mucho menos, que yo sea de esos que tienen manía a la autora: algunos conocéis mi afición a HARRY POTTER, así que, aunque no esperaba gran cosa, me interesaba ver esta nueva faceta suya. El chasco ha sido más que notable. Algunos ya me han dicho aquello de tú lo quisiste fraile mostén, tú lo quisiste, tú te lo ten … ¿xG, quién te manda leer eso?

Y para colmo de males he leído que la BBC está preparando una mini-serie: ya se ve que no todo el mundo piensa como yo, qué le vamos a hacer. Si quieren mi opinión, cuanto más mini, mejor!

RAFAEL NARBONA, en EL CULTURAL de EL MUNDO de la primera semana de año decía que La novela discurre entre tópicos y lugares comunes, añadiendo las dosis aceptables de erotismo, desgarro y psicología de un best—seller orientado a un público infantilizado. No coincido con él cuando, en la misma reseña, ataca a HARRY POTTER; pero cuando habla de UNA VACANTE IMPREVISTA, lo clava.

Avisados quedáis.

viernes, 18 de enero de 2013

HORAS VENECIANAS, de HENRY JAMES


Descubrí HORAS VENECIANAS en la librería por pura casualidad, y me lo traje a casa de inmediato: VENECIA es uno de los destinos imprescindibles que aún tengo pendientes, y al verlo pensé “ya que no voy, por lo menos leo”.

HORAS VENECIANAS recopila cinco textos de HENRY JAMES sobre una ciudad que el escritor conocía al dedillo. He disfrutado mucho, muchísimo: recorrer VENECIA de la mano de JAMES y descubrir sus palacios, sus iglesias, sus canales, sus pintores, sus gentes, es un lujazo. No me resulta nada fácil elegir una cita que sirva de ejemplo, porque al acabar la lectura de HORAS VENECIANAS en mi ejemplar hay más partes subrayadas que sin subrayar. Copio esta, a pesar de ser un poco … JAMES:

“Cuando conocí en la Piazza la misma noche de mi llegada a un joven pintor norteamericano [yo aquí leo sin dificultad un arquitecto español: lo de joven ya se me ha pasado] que me dijo que llevaba todo el verano en el mismo lugar donde lo encontré, sentí ganas de agredirle por pura envidia. Estaba pintando en ese momento el interior de San Marcos. Ser un joven pintor norteamericano [un arquitecto español] impasible ante el alma burlona y evasiva de los objetos y satisfecho con su forma y superficie intactas bañadas por el sol; de mirada inquisitiva; aficionado al color, al mar y al cielo y a todo lo que puede suceder entre ellos; al encaje y al brocado y al mobiliario antiguos (aunque estén hechos a medida); a las armonías suavizadas por el tiempo sobre los lienzos anónimos y a los alegres perfiles de viejos grabados baratos; a pasar las mañanas en pausado y provechoso análisis de las apiñadas sombras de la Basílica, a las tardes en cualquier parte, ya sea en una iglesia o una plaza, en un canal o en la laguna, y a las noches de charla bajo las estrellas en Florián, sintiendo la brisa marina latir lánguida entre las dos enormes columnas de la Piazzetta y sobre las bajas cúpulas negras de la iglesia —ésta es, a mi entender, la máxima felicidad que se puede alcanzar conservando la razón—.”.

Me ha hecho mucha gracia ver cómo en 1880 pensaban exactamente igual que hoy: VENECIA fue magnífica, y el turismo se la está cargando; ya se ve que no hay nada nuevo bajo el sol.

Recomiendo vivamente la lectura de este librito, apenas 170 páginas tamaño octavilla: una delicia. Por cierto, no conocía ABADA EDITORES, pero me han gustado. ¡Y tendré que poner pronto remedio a este agujero en mi geografía, digo yo!

Para acabar no puedo dejar de deciros que, con EVELYN WAUGH tan reciente en mi memoria, necesariamente me ha venido a la cabeza la temporada que Charles Ryder y Sebastian Flyte pasan en la ciudad de los canales en compañía de Cara, 40 años después de que HENRY JAMES estuviera por allí:

Cenamos en una mesa de mármol en el hueco de las ventanas. Todo en la casa era de mármol, terciopelo o yeso mate y dorado. Lord Marchmain preguntó:

-¿Y cómo pensáis emplear vuestra estancia? ¿Nadando o haciendo turismo?

-Haciendo algo de turismo, al menos -respondí.

-A Cara le gustará eso... Ella, como te habrá dicho Sebastian, será vuestra anfitriona aquí. No podéis hacer las dos cosas, ya sabéis. Una vez que hayáis puesto los pies en el Lido no hay escapatoria: uno se pone a jugar al chaquete, a hacer tertulias en el bar y a aturdirse con el sol. Más vale visitar las iglesias.

-A Charles le interesa mucho la pintura.

-Ah, ¿sí? -Y yo capté un matiz de profundo aburrimiento que tan bien conocía en mi propio padre-. ¿Sí? ¿Algún pintor veneciano en particular?

-Bellini -contesté, un tanto al azar.

-¿Sí? ¿Cuál de ellos?

-Lo siento; ignoraba que hubiera dos.

-Tres, para ser exacto. Descubrirás que durante las grandes épocas artísticas la pintura solía ser un negocio familiar.

(…)

Después de cenar salimos del palacio por una puerta lateral, paseamos por un laberinto de puentes, plazas y callejuelas, hasta llegar a Florian y tomar allí un café mirando a las gentes de cara seria que transitaban por delante del campanario.

(…)

La amante de lord Marchmain llegó al día siguiente. Yo tenía diecinueve años y lo ignoraba todo sobre las mujeres. Con toda seguridad, habría sido incapaz de reconocer a una prostituta en la calle. Por lo tanto, no era indiferente al hecho de vivir bajo el mismo techo con una pareja adúltera, pero a mi edad era ya capaz de disimular mi interés. La amante de lord Marchmain, en consecuencia, me halló sumido en un mar de sentimientos contradictorios respecto a ella. En principio, su apariencia física defraudó todas mis expectativas. No era una voluptuosa odalisca a lo Toulouse-Lautrec ni lo que podría llamarse una «leve mariposa», sino una mujer de mediana edad, bien conservada, bien vestida y bien educada, parecida a las que había visto en innumerables reuniones mundanas y a las que ocasionalmente había conocido. Tampoco parecía marcada por ningún estigma social. El día de su llegada almorzamos en el Lido y la saludaban desde casi todas las mesas.

-Vittoria Corombona nos ha invitado a todos a su baile del sábado.

-Es muy amable de su parte. Sabes que yo no bailo -dijo lord Marchmain.

-Pero ¿y los muchachos? Es algo digno de ver... El palacio Corombona iluminado para el baile... Quién sabe cuántos más bailes de éstos habrá...

-Los muchachos pueden hacer lo que quieran. Nosotros debemos declinar la invitación.

-Y he invitado a la señora Hacking Brunner a comer. Tiene una hija encantadora. A Sebastian y a su amigo les gustará.

-A Sebastian y a su amigo les interesa más Bellini que las herederas.

-Pero ¡si eso es lo que siempre he deseado! -exclamó Cara, cambiando de táctica hábilmente-. He estado aquí innumerables veces y Alex ni siquiera me ha dejado ver el interior de San Marcos. Nos convertiremos en turistas, ¿eh?

Y nos convertimos en turistas. Cara consiguió que hiciera de cicerone un minúsculo noble para quien todas las puertas se abrían, y con él a su lado y la guía del viajero en la mano, ella nos acompañó a contemplar los abrumadores esplendores del lugar, flaqueando a veces, pero sin perder en ningún instante su aire pulcro y prosaico.

Los quince días en Venecia pasaron rápida y dulcemente..., quizá demasiado dulcemente. Me estaba ahogando en miel, sin sentir el aguijón. Algunos días la vida discurría a la misma velocidad que las góndolas, cuando avanzan por los canales laterales, mientras el barquero emite a modo de aviso su grito de pájaro quejumbroso y musical. Otros días, la lancha saltaba sobre la laguna con su estela de espuma iluminada por el sol. Conservé un recuerdo confuso de sol ardiente sobre arena y de frescos en interiores de mármol; de agua por todas partes, lamiendo la piedra pulida, reflejada en una mancha de luz sobre los techos pintados; de una noche en el palacio Corombona como las que pudo haber vivido Byron; de otra noche byroniana pescando scampi en los bajíos de Chioggia -la estela fosfores­cente de la pequeña barca, la linterna balanceándose en la proa, y la red que izamos llena de algas, arena y peces que rebullían-; de melón y prosciutto en el balcón al fresco de la madrugada; de pan y queso calientes y cócteles de champaña en Harry's.

Recuerdo cuando Sebastian alzaba la mirada hacia la estatua de Colleoni y decía:

-Es triste pensar que, pase lo que pase, tú y yo nunca nos veremos envueltos en una guerra. (EVELYN WAUGH, RETORNO A BRIDESHEAD, TUSQUETS EDITORES/Colección FÁBULA, 4ª edición 1998, 104-106).

lunes, 14 de enero de 2013

NOVENTA Y DOS DÍAS, de EVELYN WAUGH


NOVENTA Y DOS DÍAS es un libro de viaje en el que WAUGH nos cuenta los tres meses (92 días) que pasó en la Guayana Británica, desde finales de diciembre de 1932 hasta Semana Santa de 1933. Un viaje realizado sin más motivo que el de viajar, en una época en la que todavía aquello era más o menos salvaje. Un relato en el que la acción no tiene especial interés (no hay coronaciones de emperadores locales como había en GENTE REMOTA, ni cacerías de animales salvajes, ni descubrimientos de territorios inexplorados, ni caníbales persiguiendo al hombre blanco) y del que me quedo con la realidad del viaje (porque tampoco hay romanticismo, ni idealización de la bondad del nativo, ni paisajes idílicos). WAUGH nos cuenta las cosas como son: los intereses económicos, el hambre y el calor, los infinitos insectos que machacan al viajero, el fracaso –relativo, pero visible- de la colonización, la grandeza de los misioneros y algunos de sus defectos, el cansancio, las dificultades para conseguir víveres … la vida misma.

No me cabe duda de que WAUGH utilizó en RETORNO A BRIDESHEAD sus experiencias de estos NOVENTA Y DOS DÍAS para recrear la estancia de Charles Ryder en Centroamérica en 1936: aunque no sea exactamente la misma zona (Ryder recorre Méjico y América central, WAUGH la Guayana y Brasil), y uno dibuja/pinta y el otro escribe, de aquí sacó el viaje de su personaje:

En consecuencia, en lentas y nada fáciles etapas, viajé a través de México y América Central, por un mundo donde había todo lo que yo necesitaba, el contraste con los lujosos parques y vestíbulos ingleses debería haberme estimulado y proporcionado la paz interior. Busqué la inspiración entre palacios desventrados y claustros ahogados por la maleza, iglesias abandonadas donde los vampirescos murciélagos colgaban de la cúpula como vainas de guisantes resecadas, y sólo se movían las hormigas que, incesantemente activas, excavaban túneles en los sitiales de madera noble; en ciudades sin camino de acceso y mausoleos donde una familia de indios se abrigaba de las lluvias tiritando de fiebre. Allí, en condiciones de trabajo muy duras, a veces enfermo y, en ocasiones, arriesgando mi seguridad, realicé los primeros dibujos de lo que iba a ser América latina de Ryder. Cada cuatro o cinco semanas descansaba. Una vez arribado a una zona de comercio o de turismo, recuperaba mis fuerzas, montaba mi estudio, transcribía mis esbozos, empaquetaba cuidadosamente mis lienzos acabados y los mandaba a mi agente en Nueva York, tras lo cual reemprendía la marcha, con mi reducido séquito, para adentrarme en las inhóspitas vastedades.

No me preocupaba mucho de mantenerme en contacto con Inglaterra. Seguí los consejos de las gentes del lugar para elegir mi itinerario y no tenía ruta preestablecida, de modo que gran parte de mi correspondencia no me llegó nunca y el resto se acumulaba hasta que había más de la que podía leer de una vez. Solía llenar mi bolsa con un manojo de cartas y leerlas cuando me apetecía, cosa que ocurría en circunstancias tan incongruentes que el contenido se me antojaba un clamor de voces distantes que llegaban a hacérseme incomprensibles. Así, leía mientras me balanceaba en mi hamaca debajo de la mosquitera a la luz del farol de seguridad; flotando río abajo, tumbado en medio de la canoa, mientras los guías a mi espalda mantenían perezosamente la proa alejada de la orilla y el agua oscura discurría a nuestro paso, a la sombra verde de los inmensos árboles que se alzaban por encima de nosotros y con los monos que chillaban bajo la luz del sol, muy arriba, entre las flores del techo de la selva; en el pórtico de un rancho hospitalario, donde tintineaban los cubitos de hielo y los dados, y un gato montés jugaba con su cadena sobre el césped recién cortado” (EVELYN WAUGH, RETORNO A BRIDESHEAD, TUSQUETS EDITORES/Colección FÁBULA, 4ª edición 1998, pg. 229).

NOVENTA Y DOS DÍAS está –como era de esperar- muy bien escrito, y tiene momentos llenos de esa ironía magistral que caracteriza siempre a WAUGH.

Mi pasión por EVELYN WAUGH es conocida, y cualquier cosa suya me gusta, la disfruto. Pero entiendo que NOVENTA Y DOS DÍAS no es un libro apasionante. Así que sugiero el título sólo a los incondicionales.

sábado, 5 de enero de 2013

EL JOVEN VAN DYCK, en el MUSEO DEL PRADO


Estuve en MUSEO DEL PRADO viendo a VAN DYCK. Una exposición singular, que presenta alrededor de 50 cuadros y otros tantos dibujos de su etapa inicial (los primeros veinte años de los cuarenta que vive), bajo el intenso influjo de RUBENS. Una exposición que me ha parecido interesante y a la vez extraña.


EL JOVEN VAN DYCK resulta muy interesante porque los años de formación de un genio son, sin duda, muy ilustrativos: el visitante descubre con facilidad sus modelos, sus maestros, sus titubeos, su búsqueda de estilo propio, su avance en técnica pictórica y compositiva, su estudio del espacio y de la luz, su gigantesca habilidad.


Y a la vez resulta extraña, precisamente por los mismos motivos: EL JOVEN VAN DYCK aún no ha alcanzado la madurez, y las obras que vemos no son geniales, resultan de calidad irregular, con facilidad se reconocen titubeos, pruebas, errores compositivos …


Esto no quiere decir, ni mucho menos, que EL JOVEN VAN DYCK sea una mala exposición: es exactamente lo que es, lo que el título señala, un recorrido por los años de formación de un gran maestro. Y ver eso siempre vale la pena, siempre: quien quiera un consejo, que no se la pierda (hasta el 3 de marzo queda aún mucho tiempo).