lunes, 16 de marzo de 2015

LA QUINTA DE LOS MOLINOS, en MADRID


Tenía ganas de visitar LA QUINTA DE LOS MOLINOS: un parque urbano en la zona este de Madrid, calle de Alcalá arriba, muy arriba. Me habían hablado de él, insistiéndome en que los campos de cerezos eran magníficos, y que justo ahora estaban impresionantemente bonitos; pero lo que más me llamó la atención fue un breve comentario sobre el palacio que está dentro de la finca. Tal y como me lo describieron pensé que podía tener interés.



Estuve ayer allí. Aunque el día no era espectacular –se fue nublando a medida que avanzaba la mañana- los cerezos estaban en flor, y es verdad que resultan muy llamativos. Pero he de reconocer que la finca, siendo sin duda interesante, no me apasionó. Quizá lo más notable es encontrar ese ecosistema en el centro de una ciudad como Madrid: verdaderamente uno podría estar en pleno campo. Sólo la gente –mucha gente: niños, ancianos, corredores, gente paseando perros, ciclistas, fotógrafos aficionados y no tan aficionados, curiosos como yo…- te recuerdan constantemente que no estás en medio de la nada.






Si hablo hoy de mi visita es por el edificio, el palacio. Está cerrado, en obras. No sé qué uso tiene o ha tenido desde que los herederos de su propietario y arquitecto, CÉSAR CORT BOTÍ, lo donaron al ayuntamiento de Madrid en 1982. No pretendo contar su historia (seguro que se puede leer en mil sitios), sino señalar una impresión: nada más verlo me vino a la cabeza el PALACIO STOCLET, del gran JOSEF HOFFMANN (ya hemos hablado de él en seleccciónARTE), construido alrededor de 1910 en Bruselas para ADOLPHE STOCLET, un banquero interesado en el arte.




Aunque lo dudo seriamente, puede que los edificios no tengan nada que ver: puede que CORT no tuviera noticia de la obra de HOFFMANN, o si la tenía no le sirvió de referencia; estudios y estudiosos habrá que se hayan planteado esto, estoy convenido. Pero aquí, sin afán de profundizar sesudamente, he de decir que nada más ver el palacio de la QUINTA DE LOS MOLINOS, interesante pero torpe, me vino a la cabeza -como una iluminación- no tanto la comparación entre uno y otro, sino la enorme figura del Maestro, su genialidad; y, por contraste, la realidad del común de los mortales, que bebemos –y vivimos- de los genios.


Larga vida a JOSEF HOFFMANN, una cerrada ovación en su memoria. Y discreto aplauso para CORT que, ojo, también se lo merece: tal vez no por su arquitectura pero sí por su generosidad regalando a los madrileños la finca que debió ser su vida.  

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