Hasta el 13 de julio se puede visitar en el MUSEO NACIONAL DEL PRADO una estupenda exposición de GOYA, que recoge obras del pintor desde 1975 hasta 1820. Sin necesidad de describir con detalle el recorrido de lo que se puede ver –se encuentra fácilmente en el catálogo, en artículos y sitios en la red- animo vivamente a visitarla. Empecé mi recorrido con cierta sensación –prejuicio en sentido estricto- de ir a ver más de lo de siempre. Y nada más empezar, tres pequeños lienzos me dijeron lo contrario. No es que haya grandes novedades –la obra de GOYA es muy conocida- pero uno redescubre al genio cada vez que lo ve, y se fija con fuerza en aspectos concretos que le hacen disfrutar. Yo en esta ocasión he disfrutado viendo los niños de GOYA (La Marquesa de Monte Hermoso; Vicente Guye; Marianito Goya; José “Pepito” Costa y Bonells; María Vicente Barroso y Valdés; incluso San Juan Bautista en el desierto, aunque ya no es tan niño). He disfrutado con la luz-lechosa-casi-neblina de pequeños interiores (Interior de un hospital; Corral de locos; Casa de locos) y de algunos exteriores (Bandido asesinando a una mujer; Salvajes descuartizando a sus víctimas; Salvajes mostrando restos humanos). He disfrutado con algunos retratos para mí menos conocidos (El General Guye; El Duque de Wellington; D. Manuel Romano; El Duque de San Carlos). He disfrutado otra vez –entiéndase bien- con Los fusilamientos del tres de mayo. Me ha gustado ver por fin lo he visto bien iluminada La última comunión de San José de Calasanz. Y me he sorprendido/alegrado con la cantidad de obra de GOYA que sigue en manos particulares.
Una exposición acertadísima, llena de tesoros, aunque yo me sigo quedando con la Marquesa de Santa Cruz y La Condesa de Chinchón.
Acabo con unas palabras de agradecimiento a la persona de control que me facilitó la entrada y con la que comenté –brevísimamente, claro- la exposición a la salida: una mujer amable que seguramente nunca leerá estas letras, pero que es de las que –sin nada del otro jueves, trabajando como deben- te hacen la vida grata.
Una exposición acertadísima, llena de tesoros, aunque yo me sigo quedando con la Marquesa de Santa Cruz y La Condesa de Chinchón.
Acabo con unas palabras de agradecimiento a la persona de control que me facilitó la entrada y con la que comenté –brevísimamente, claro- la exposición a la salida: una mujer amable que seguramente nunca leerá estas letras, pero que es de las que –sin nada del otro jueves, trabajando como deben- te hacen la vida grata.
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