
Como edificio, el MUSEO CERRALBO tiene poco
qué: es muy caótico y sin espacios de especial impacto. Sin ser el no-va-más, lo único que llama la atención desde el punto de vista arquitectónico es el vestíbulo de acceso, con su doble circulación a ambos lados del eje de entrada y su escalera principal (la Escalera de Honor, le llaman) a la espalda del recién llegado. En el Entresuelo, donde se sitúan las estancias privadas del Marqués y su familia, no hay mucho que reseñar: habitaciones de época, recargadas y con un criterio decorativo un punto dudoso. Subiendo al Principal, donde se encuentran las estancias representativas, una mezcolanza de objetos de cierto interés: armas de cierto interés, cuadros y esculturas y dibujos y porcelanas de cierto interés, todo en locales y habitaciones de cierto interés … pero nada de auténtico interés. Y otra vez todo con una disposición rara, caótica, con circulaciones extrañas y relaciones entre locales extrañas. Buen ejemplo es la Sala de Baile, sin duda rica en decoración, bonita, vistosa, pero que no es más que una de la cuatro crujías del patio interior, zona de paso abierta en sus dos extremos y discreta de tamaño. Nos dejan a ciegas sobre la parte de servicio (cocinas, caballerizas, etc.), que seguro que también tendría su aquel y complementarían bien el recorrido por la zona noble (imagino que quizá haya desaparecido: será el área administrativa, de almacenes, despachos y todos esos locales que necesita una institución cultural). El jardín está rigurosamente cerrado y no se puede salir.
¿Qué salvo del CERRALBO? Salvar, salvar, lo salvo todo: no es un gran museo, pero es un museo que vale la pena visitar. Quizá lo que más me ha interesado –ya lo decía al comenzar, hablando en general de las casas-museo- es ver (saber más o menos ya lo sabemos, pero otra cosa es
verlo, pasearlo, recorrerlo) cómo vivía la clase alta de finales del XIX y arranque del XX: cuáles eran sus gustos, sus aficiones, sus ideales, sus comodidades … y todo eso sí se ve en el
MUSEO CERRALBO.

Yo no soy especialista, y quizá la colección del CERRALBO sea de primera magnitud. Sospecho, en cualquier caso, que no. Así que no hay que ir allí buscando grandes cuadros. Ni fabulosas esculturas. Ni un edificio de primer orden. Hay que ir para ver un conjunto de interés: las piezas sueltas no lo tienen –o no mucho- pero estar en la casa real (de verdad, una casa vivida) de un caballero real (con nombre y apellidos, con fotos de familia sobre las mesas), da muchas pistas.
Lo que sigue es más un desahogo que otra cosa: no aporta nada, y no hace falta leerlo, pero no quiero acabar sin hacer un comentario sobre la forma de acceso al museo: me pareció "de premio" (surrealista, lo califique la semana pasada en algún comentario). Escribí las líneas que siguen el mismo día de la visita, en caliente, y las he dejado enfriar: finalmente he eliminado algunas cosas, pocas … Comenzaba esta entrada contando que fui al MUSEO CERRALBO un domingo por la mañana (y a partir de aquí el texto escrito hace un par de semanas).
Era una hora razonable, no muy tarde: pude salir de casa hacia las diez y media, quizá algo después. La realidad es que diez minutos antes de las once estaba pasando por delante de la puerta y, efectivamente, estaba abierto: algunas personas estaban pasando. Aparqué (en Juan Álvarez Mendizábal, nada más girar la esquina de Ventura Rodríguez), hice una llamada y me encaminé a la puerta. Vi enseguida cierta cola, que me sorprendió porque muy pocos minutos antes no había nada; llegué a la puerta, pregunté (sí, era la cola para pasar) y me puse al final, suponiendo que sería una cola momentánea. Pero de eso nada: hasta tres cuartos de hora estuve esperando: el aforo está limitado a 60 personas, y hasta que no salen los que están dentro no pasan los siguientes. Demencial. Absolutamente demencial. Mientras haces cola no te lo puedes creer. Notas que la gente primero se sorprende y luego se enfada. Alguno incluso se encara con el tipo de seguridad que controla el acceso. Te imaginas salas vacías mientras tú, y muchos contigo, esperáis en la acera con un frío de bigotes … 45 minutos! Es un sistema pensado, como mucho, con los pies, por no citar otras partes de la anatomía. Y lo más gordo es que cuando yo salía, ya casi a la una, en la puerta aún hacían cola, esperando su turno para pasar, personas que yo había visto antes de entrar: podían llevar ahí aproximadamente hora y media! ¿No hay nadie capaz de pensar algo?: hacer grupos guiados para evitar la dispersión de los visitantes, prever recorridos y hacer pases de grupo más frecuentes, por ejemplo; o en esta época nuestra de Internet, donde muchos miramos antes de acercarnos a un museo, intentar organizar un sistema de pases con horario. Algo, lo que sea. Pero aquello, tal y como está, tiene poco sentido.
Hasta aquí lo que escribí entonces. Ahora, con un poco más de sosiego, reconozco que puede ser exagerado. Es verdad que en cualquier información sobre el museo avisan que el aforo limitado; es verdad que por la extraña estructura del CERRALBO es complicado verlo si hay mucha gente (como no hay un sentido claro de la marcha de la visita, se producen cruces constantes); y es verdad que una visita con poco público –a veces está solo en las estancias- es muy grata. Pero me sigo preguntando si algún responsable del museo no podría pensar un sistema más razonable: seguro que si se ponen …