
Este verano he tenido ocasión de investigar la arquitectura japonesa (en realidad, la cultura japonesa) y me ha parecido enormemente interesante. Estando en esas, alguien me recomendó vivamente la lectura de EL ELOGIO DE LA SOMBRA, y recordé que ya hace años –tres o cuatro- otra persona me habló estupendamente de este ensayito (lo digo en diminutivo porque se trata de un texto corto publicado en forma de pequeño libro, tamaño octavilla más o menos). Lo he leído, y efectivamente es una obra magnífica. Quizá no para todos los públicos, porque hay que estar interesado, por lo menos, en tres cosas: un poco en teoría estética, muy poco en teoría de la arquitectura, y un mucho en cultura japonesa. Pero para quien cumpla esas condiciones EL ELOGIO DE LA SOMBRA le resultará una delicia. Sobre lo de la arquitectura, una aclaración: aunque en algún momento JUNICHIRO TANIZAKI afirma, hablando de si mismo, que “Soy totalmente profano en materia de arquitectura”, pienso que no es cierto: hace unas consideraciones muy interesantes sobre la vivienda y arquitectura japonesas, y cuando afirma ser un profano se refiere a la arquitectura occidental (utiliza esta expresión justo antes de hacer una afirmación sobre la luz en las catedrales góticas).
TANIZAKI, en EL ELOGIO DE LA SOMBRA, trata de forma aparentemente errática un montón de temas; y digo aparentemente porque, aunque parece que va encadenando un asunto con el siguiente de forma poco ordenada, saltando de uno a otro, al final el lector descubre que le han llevado por una circunferencia que, efectivamente, se cierra sobre sí misma para conseguir una línea perfecta. Más o menos así:
EL ELOGIO DE LA SOMBRA arranca explicando como la instalación de luz eléctrica está reñida con la vivienda clásica japonesa; continúa insistiendo en que los materiales e inventos modernos para la vivienda (calefacción, aparatos sanitarios, alicatados y solados cerámicos) difícilmente encajan con la sutileza de la casa tradicional de los japoneses; comenta con cierta extensión los baños de la vivienda japonesa –sí, los cuartos de baños- y a partir de aquí va explicando la distinta sensibilidad entre oriente y occidente, las distintas formas de ver los materiales y su estado, su brillo y consistencia, su uso ... Habla de la luz y de la penumbra. Habla de los objetos de uso cotidiano, de las vajillas, de los cuencos y de las bandejas, de cómo la laca japonesa –y por tanto los objetos lacados, especialmente los destinados a contener comida- están pensados para ser vistos con una luz tenue, de vela ... Pasa entonces a hablar de la comida japonesa, de su organización, de la importancia de los colores y su distribución en los platos ... De aquí pasa de nuevo a la casa tradicional japonesa (interesantísimo todo lo que dice) para después comentar las telas, o mejor los brillos dorados –ya los había comentado en los interiores domésticos- de las telas en la oscuridad de los templos; de aquí a los ropajes del teatro clásico no y kabuki, y de aquí al color de la piel de los japoneses (con este motivo salen ideas interesantes sobre el valor de mostrar poco, que permite intuir e imaginar, frente al burdo mostrarlo todo ...); salta entonces a hablar de la mujer japonesa (dice que se llegaban a “pintar” los dientes en tono oscuro y los labios en verde-azulado para evitar el brillo excesivo o el rojo llamativo). Y ya llegando al final comienza a buscar explicaciones para esta forma de enfocar la vida, vuelve de nuevo a hacer un alegato en toda regla contra la occidentalización del Japón y contra la luz eléctrica (ahora especialmente en los lugares públicos), lo mezcla con una receta de sushi, y acaba apagando su lámpara ... eléctrica, claro.
En el fondo, EL ELOGIO DE LA SOMBRA es un alegato a favor de un arte y una sociedad –la japonesa- que pone en valor la penumbra, el matiz, lo no-obvio, esos aspectos que enriquecen y dan interés a las cosas, frente a la obviedad occidental provocada por el exceso de luz, la modernización imparable y la practicidad, que al hacer las cosas tan patentes las convierte en estridentes. Unos párrafos de JUNICHIRO TANIZAKI pueden aclarar muy bien su pensamiento:
“Creo que lo bello no es una sustancia en sí sino tan sólo un dibujo de sombras, un juego de claroscuros producido por yuxtaposición de diferentes sustancias. Así como una piedra fosforescente, colocada en la oscuridad, emite una irradiación y expuesta a plena luz pierde toda su fascinación de joya preciosa, de igual manera la belleza pierde su existencia si se le suprimen los efectos de la sombra.
¿Pero por qué esta tendencia a buscar lo bello en lo oscuro sólo se manifiesta con tanta fuerza entre los orientales? Hasta hace no mucho tampoco en Occidente conocían la electricidad, el gas o el petróleo pero, que yo sepa, nunca han experimentado la tentación de disfrutar con la sombra; desde siempre, los espectros japoneses han carecido de pies; los espectros de Occidente tienen pies, pero en cambio todo su cuerpo, al parecer, es translúcido. Aunque sólo sea por estos detalles, resulta evidente que nuestra propia imaginación se mueve entre tinieblas negras como la laca, mientras que los occidentales atribuyen incluso a sus espectros la limpidez del cristal. Los colores que a nosotros nos gustan para los objetos de uso diario son estratificaciones de sombra: los colores que ellos prefieren condensan en sí todos los rayos del sol. Nosotros apreciamos la pátina sobre la plata y el cobre; ellos la consideran sucia y antihigiénica, y no están contentos hasta que el metal brilla a fuerza de frotarlo. En sus viviendas evitan cuanto pueden los recovecos y blanquean techo y paredes. Incluso cuando diseñan sus jardines, donde nosotros colocaríamos bosquecillos umbríos, ellos despliegan amplias extensiones de césped.
¿Cuál puede ser el origen de una diferencia tan radical en los gustos? Mirándolo bien, como los orientales intentamos adaptarnos a los límites que nos son impuestos, siempre nos hemos conformado con nuestra condición presente; no experimentamos, por lo tanto, ninguna repulsión hacia lo oscuro; nos resignamos a ello como a algo inevitable: que la luz es pobre, ¡pues que lo sea!, es más, nos hundimos con deleite en las tinieblas y les encontramos una belleza muy particular.
En cambio los occidentales, siempre al acecho del progreso, se agitan sin cesar persiguiendo una condición mejor a la actual. Buscan siempre más claridad y se las han arreglado para pasar de la vela a la lámpara de petróleo, del petróleo a la luz de gas, del gas a la luz eléctrica, hasta acabar con el menor resquicio, con el último refugio de la sombra.”