Se me hace verdaderamente difícil hablar de Roma. Me cuesta arrancar y pienso –estoy convencido- que cualquier cosa que diga se va a quedar muy corta. Porque Roma es inabarcable. Es inagotable. Es espectacular. No creo que Roma sea la ciudad más ciudad que conozco –debe ser Londres, seguramente; ni la más monumental –quizá sea París; tampoco la más cosmopolita (¿NYC?), ni la más exótica, ni la más tranquila, ni por supuesto la más limpia y cuidada. Pero es, casi seguro, la más atractiva, la más pintoresca, la que tiene más encanto. Y probablemente la que tiene más arte por metro cuadrado del mundo. En un puñado de días no es posible conocer Roma, y por eso cualquier cosa que diga será incompleta, incluso injusta quizá.
Ya había estado en Roma, pero surgió una nueva ocasión de pasar allí parte del mes de agosto y no era razonable decir que no. Por supuesto, un acierto. Durante esos días he visto mucho, muchísimo. He comprobado –con asombro- que en visitas anteriores ya había visto bastante. Y estoy seguro de que me queda al menos otro tanto, otro muchísimo por ver. En esta ocasión apenas he dedicado tiempo a la Roma clásica: una pena, pero había que elegir los objetivos teniendo en cuenta el tiempo disponible. He visto iglesias, muchas iglesias, quizá demasiadas iglesias. Y también he visto museos, cosa que no recordaba haber hecho antes. Lógicamente, de las metas que llevaba en mi cuaderno de viaje también se han quedado cosas en el tintero (de manera especial la VILLA ADRIANA, que tanta ilusión me hacía).
A la vuelta me han preguntado qué me ha gustado más de lo que he visto. No he sabido responder: me ha parecido una pregunta-trampa, del tipo ¿a quién quieres más, a papá o a mamá? Porque hay tanto que me ha gustado, que me ha tocado, que me resulta imposible elegir. No puedo –pienso que ni yo ni nadie- quedarme sólo con una cosa de Roma. Hay tanto y tan variado, que para decir algo con acierto es imprescindible focalizar bien la pregunta, orientarla, poner cada cosa en su sitio: como nos enseñaban de pequeños, no se mezclan peras con manzanas ni churras con merinas. Cualquiera entiende que para comparar, para seleccionar, no se puede confundir alegremente (¿simplonamente?) la pintura renacentista con la arquitectura clásica, la escultura barroca con el urbanismo. No tiene sentido preguntar qué es mejor, INOCENCIO X o el TORSO DEL BELVEDERE; el fresco de la LOGGIA de CUPIDO Y PSYCHE o EL ÉXTASIS DE SANTA TERESA; la escalinata de PIAZZA DI SPAGNA o los mosaicos de SAN CLEMENTE. Todas son obras maestras, auténticas joyas, y me quedo con todas. Además, habría que hablar también de todo eso que no es formalmente (aunque sí propiamente) obra de arte, lo que no sale en las guías: el callejeo por Roma, una experiencia incomparable: fuentes, arcos y pasajes elevados, cariátides y atlantes en los portales, frontones partidos de manera imposible, esquinas decoradas con imágenes de la Virgen y farolillos, escudos, lápidas conmemorativas, restos romanos ... mil detalles; o los colores de las fachadas, aparentemente casuales y a la vez logradísimos; o el tramonto romano, esas puestas de sol de altísima intensidad plástica.
Por otro lado siempre esta la parte subjetiva y casual de cualquier viaje, que puede deformar la realidad: un día en el que uno está más cansado valora menos y peor lo que ve; un día nublado –no los ha habido, gracias a Dios- no hace relucir la belleza de algunos interiores; una calle fresca y en sombra, con brisa ligera, colabora a que valoremos una fachada; una calle donde el sol cae a plomo a primera hora de la tarde hace que nos marchemos cuanto antes, sin calibrar un solo detalle; una compañía divertida hace divertido cualquier paseo; un guía sabio consigue hacer apasionante la visita a una capillita de la que no esperabas nada; una multitud aborregada, gritona y convulsivamente fotografiadora desluce hasta la propia CAPILLA SIXTINA ... También, a la hora de valorar lo subjetivo de un viaje, está lo que uno ha vivido, que casi siempre es más importante que lo que ha visto. Y eso es algo que no se puede explicar fácilmente, y que en un blog seguramente no se debe.
En fin, ya disculparéis todo este pedaleo. Por enumerar algunas cosas que me han llamado especialmente la atención –unas veces por un motivo, otras por otro- señalaría (sin más orden del que me va viniendo a la cabeza) el TEMPIETTO de SAN PIETRO IN MONTORIO, auténtico icono de la arquitectura renacentista romana; el gigantesco fresco de la nave de la CHIESA DE SANT’IGNAZIO, de ANDREA POZZO, en mi opinión mucho más impresionante y efectista que la falsa cúpula que tiene a su lado; la placita de SANTA MARÍA DELLA PACE, tan equilibrada; el RETRATO DE INOCENCIO X, de VELÁZQUEZ,
troppo vero; EL RAPTO DE PROSERPINA, de BERNINI, con esas dos figuras casi vivas; CARAVAGGIO, que este año está de aniversario; el magnífico espacio y la singular composición de la CHIESA DE SANTA MARIA DEGLI ANGELI E DEI MARTIRI, encajada por MIGUEL ÁNGEL en las TERMAS DE DIOCLECIANO; el CAMPIDOGLIO, salón urbano exquisito;
el RETRATO DE HOMBRE, de mi admirado ANTONELLO DA MESSINA, una agradabilísima sorpresa; el ya citado fresco de la bóveda de la LOGGIA DE CUPIDO Y PSYCHE, en la VILLA FARNESINA; la CHIESA DE SANT’ANDREA AL QUIRINALE, un espacio mágico; y, como no, la BASÍLICA DEL VATICANO, un conjunto sobrecogedor, gigantesco, verdaderamente digno de Dios. Además, me acerqué a algunos edificios contemporáneos de interés (el MAXXI de ZAHA HADID y la CHIESA DI DIO PADRE MISERICORDIOSO, de RICHARD MEIER), y tuve ocasión de visitar ORVIETO con
los despampanantes frescos de LUCA SIGNORELLI en la CAPILLA DE SAN BRIZIO. Si la memoria me acompaña trataré de comentar/recordar poco a poco en selecciónARTE algunas cosas vistas: no muchas, probablemente. Las señaladas, u otras. Ya iremos viendo.
Para acabar, pedir perdón a los italianos por el maltrato que seguramente habré hecho de su idioma (he escrito los nombres sin consultar) y la mezcolanza entre italiano y castellano, ese itagnolo que sale tan fácil y resulta tan peligroso.