Quizá lo más
singular de estas dos semanas ha sido ver –¡por fin!- el políptico de Gante: LA
ADORACIÓN DEL CORDERO MÍSTICO (1426/1432), de los hermanos VAN EYCK, es una
obra de primerísima categoría. No me detengo a describirla, porque está
analizada en ciento cincuenta mil sitios, pero sí dejo constancia de la
impresión que causa: sobrecoge. Verlo con toda su fuerza y todo su detalle, con
ese tamaño que tiene, con toda su maestría y sabia composición, su perspectiva
y su profundidad, su luz y su colorido, con toda su complejidad, con esa enorme
carga teológica… Verlo así, en directo, es toda una experiencia. Uno puede
pasar mucho rato –mucho, lo digo por experiencia- disfrutando de esta maravilla.
Es verdad que
también se pueden poner peros a la
fórmula expositiva: la obra fuera de su sitio está completamente
descontextualizada, colocada en un local sin interés, con poco fondo para verla
completa y con un vidrio -lleno de reflejos y de manchas- que tampoco deja que
te acerques. Y es verdad que parte del conjunto está en restauración: ahora faltan
todas las tablas traseras, y las laterales superiores con Adán y Eva,
sustituidas por copias en b/n. Pero aún así, la visita vale sobradamente
el viaje a Gante (que, además, es una ciudad interesante y animadísima: me
encantó).