Ayer estuve visitando el nuevo
MUSEO CARLOS DE AMBERES, inaugurado el pasado mes de noviembre. Desilusión
podría ser la palabra que define mi experiencia. Y eso que las expectativas
eran discretas tirando a muy discretas. Los siento sinceramente, porque hubiera deseado encontrar una grata sorpresa. Pero no fue así.
Sin entrar en grades
profundidades, encontré una sede ya conocida (la de la FUNDACIÓN CARLOS DE
AMBERES en la calle Claudio Coello) con tres salas con poco interés
espacial/arquitectónico: las paredes pintadas en azul peluquería, una
iluminación tirando a regular, una climatización poco confortable, una ambiente
ruidoso (¿qué hay detrás de esa tela negra –no me atrevo a llamarlo cortina- de
la sala 3?), unos ambientadores/humidificadores impropios… Y unas cuantas piezas
correctas aunque no sensacionales, en su
mayoría prestadas -¿puede ser verdad que sólo una es suya?- y comentadas en un
cuadernillo lleno de historia pero falto de explicación técnico/artística.
Es verdad que el MARTIRIO DE
SAN ANDRÉS, la joya de la corona, es una pieza de primera; que el tapiz de LOS
FUNERALES DEL REY TURNO, MUERTO POR ENEAS, es magnífico; que la colección,
dentro del ámbito en el que quiere moverse (maestros flamencos y holandeses) es
variada. Pero como museo, no cuela. Quizá como exposición temporal de algunas
obras del MUSEO DE BELLAS ARTES DE AMBERES, KMSKA, aprovechando las reformas que deben estar realizando hasta dentro de un par de años, podría funcionar bien. Pero
como museo, no. Y son 7 euros, 7: no es una fortuna, pero al acabar el recorrido,
duelen.